sábado, 18 de julio de 2009

CHINA:

LA AMARGA VERDAD SOBRE EL "MILAGRO ECONOMICO"

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La amarga y apocalíptica verdad sobre el "milagro económico" chino afecta como una pandemia a la mayor parte de la población. Subyugada por un sistema comunista, que a su vez es sostenido por el macro capitalismo de Occidente, su trágica situación es desconocida para el gran público. En realidad, es desconocida porque a pocos les interesa conocerla. Los bajísimos salarios de siempre han caído aún más con la crisis, mientras 67.ooo empresas han cerrado.

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A continuación, reproducimos un reportaje del ABC de Madrid titulado "La Fábrica global de parados" (edición del 14 de julio del 2009)

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Un viejo ventilador y una deshilachada bolsa de tela a cuadros con ropa. Después de pasarse tres años trabajando en una fábrica de Guangdong, al sur de China, eso es lo único que se lleva de vuelta a casa Wei Chianghai. A sus 55 años, este campesino de la provincia de Sichuan se ha cansado de esperar el “milagro económico” del gigante asiático y, desengañado, regresa a su pueblo. “Llevo tres meses sin cobrar mi sueldo y, antes de que la compañía cierre, prefiero marcharme”, explica hundido a ABC a las puertas de la estación de trenes de Guangzhou.
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En China, éste es el lugar al que cada año llegan millones de “mingong” (“currantes”) que acuden a la región industrial de Guangdong para trabajar en las factorías que pueblan las ciudades de Foshan, en los alrededores de Guangzhou; Zhuhai, próxima a Macao; o Dongguan, cerca de Shenzhen y Hong Kong. Pero también es el sitio por el que escapan la mayoría de los trabajadores que no han visto cumplidos sus sueños y retornan a sus hogares en las provincias agrícolas del interior.
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Como cualquier otro día, los aledaños de este inmenso edificio de frío estilo funcional están inundados por una marea humana que acarrea pesados fardos y aguarda, sentada en el suelo sobre hojas de periódico, la hora de salida de su tren. En los últimos tiempos, son más los que se marchan que los que llegan, ya que 20 millones de personas han perdido sus trabajos en las fábricas chinas desde que estalló la crisis en septiembre del año pasado.
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“Al principio, mi jefe prometía un sueldo mensual de 1.200 yuanes (126 euros), pero luego sólo pagaba 800 yuanes (84 euros) porque nos descontaba el resto para los gastos de la comida y el alojamiento en el dormitorio colectivo”, se lamenta Wei Chianghai, quien estaba empleado en una fábrica de tintes de Xintang.
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Aunque Wei confiesa sin pudor que “nunca he oído hablar de la crisis financiera global”, es una de sus víctimas. “Junto a mi empresa hay otras fábricas que están cerrando o a punto de ir a la quiebra, ya que los pedidos se han reducido considerablemente desde finales del año pasado”, desgrana antes de tomar el tren hacia Chengdu, la capital de Sichuan.
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Para este trayecto de 30 horas, Wei Chianghai se ha provisto de un par de pequeños botes de tallarines instantáneos. “Esto es lo único que podré comer durante todo el viaje”, se queja junto a su hija de 18 años, Wei Damei, que lo ha acompañado a la estación para despedirlo.
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Gracias a su empleo en distintos talleres de tintes, el padre pudo costearle a la joven los estudios en el colegio, pero al final ésta también ha acabado trabajando en una fábrica de electrónica de Guangzhou, donde gana unos 1.500 yuanes (158 euros) mensuales. “Tenemos miedo de perder nuestros empleos porque vemos que los sueldos están bajando y que mucha gente se queda en el paro al cerrar las fábricas”, se lamenta la muchacha, que tiene previsto reencontrarse con su padre durante las vacaciones del Año Nuevo chino (a principios de 2010). Siempre y cuando, claro, no tenga que volver antes a casa por la crisis.
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En menos de un año, en el coloso oriental han cerrado más de 67.000 empresas, concentradas en las provincias manufactureras de la costa, como Guangdong, Fujian, Zhejiang y Jiangsu. Debido a la caída de las exportaciones por la reducción del consumo en Estados Unidos y Europa, los sectores más afectados han sido aquéllos que emplean mano de obra intensiva, como el textil, calzado y el juguetero.
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Precisamente, una de las bancarrotas más sonadas del año pasado fue la de He Jun (Smart Union Group), una gran empresa de juguetes que trabajaba para importantes multinacionales como Disney y Mattel. Fundada en 1996 por empresarios de Hong Kong, la compañía se hundió en octubre al no poder hacer frente a los salarios que adeudaba a sus más de 7.000 operarios (3,5 millones de euros) ni a los pagos a sus 800 proveedores.
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Sólo en la fábrica de Zhangmutou, un distrito de la ciudad industrial de Dongguan, trabajaban unos 5.000 empleados. Es el caso de Shu Xiaqin, una joven de Sichuan que estaba destinada en el almacén, mientras que su marido, al que conoció en la misma factoría, ocupaba uno de los puestos de la línea de producción. “Incluyendo horas extra, entre los dos ganábamos 2.700 yuanes (284 euros), ya que entre 2004 y 2007 hubo una buena época y una nueva ley subió el salario mínimo de entre 400 y 500 yuanes (entre 42 y 52 euros) a 770 yuanes (81 euros)”, recuerda la mujer, que ya tiene dos hijos y se ha pasado siete de sus 27 años colocada en la “fábrica global”.
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Eran los tiempos de la bonanza económica, cuando todo el planeta consumía como loco los baratísimos productos “made in China” y los empresarios de Guangdong tenían que subir los sueldos para evitar que los “mingong” emigraran a otras provincias. Pero ahora todo eso se ha acabado, ya que los problemas comenzaron en la segunda mitad de 2008, cuando los trabajadores se quedaron sin cobrar tres meses de sus sueldos y los directores robaban los materiales de la fábrica y la producción.

“El 14 de octubre hubo una huelga y los empleados tomaron las calles. Al día siguiente, llegó la Policía para cortar la luz y el agua porque el dueño había huido con el dinero”, rememora amargada la mujer. “Sin recibir ninguna indemnización, mi marido fue despedido cuando cerró la fábrica de He Jun. Entonces supe que habría muchos problemas porque todas las familias de aquí vivían de dicha factoría”, continúa Shu Xiaqin, que tiene “más de diez primos y sobrinos que se vieron obligados a volver a Sichuan tras la quiebra de la compañía”.
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Pero ella se niega a marcharse porque su esposo sigue probando suerte en las cadenas de montaje chinas. “Ahora gana 1.300 yuanes (137 euros) en una fábrica de ropa tras haberse buscado la vida en Shenzhen y Dongguan como guarda y en empresas de plástico y electrónica”, se contenta la joven, cuya familia vive en una destartalada cochera de 25 metros cuadrados por la que paga cada mes 250 yuanes (26 euros), la mitad de lo que costaba antes.
Es el único efecto beneficioso de la crisis, que sigue dejando a millones de “mingong” en la calle y convirtiendo a China en la “fábrica global” de parados.
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El apocalíptico paisaje post-industrial de la crisis

“La Ciudad del Plástico le da la bienvenida”, reza un cartel en la carretera de entrada a Changping, en las inmediaciones de la ciudad industrial de Dongguan. Como en casi toda la provincia sureña de Guangdong, entre ambas hay kilómetros y kilómetros de autopistas flanqueadas por inmensas fábricas construidas con el típico azulejo blanco chino, muchas de ellas cerradas.
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Además de la pérdida de empleos directos, la quiebra de firmas en las provincias manufactureras chinas lleva al paro a numerosos trabajadores de empresas auxiliares y al hundimiento de los negocios que proliferan alrededor de las fábricas, como bares, cantinas, tiendas, salones de té, locutorios y billares.
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La maquinaria del consumo se detiene por la crisis en Occidente y millones de chinos son devueltos de nuevo a la pobreza (sic), de la que antes habían salido gracias a la industrialización, que había convertido a su país en la “factoría global”.
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Calles semidesiertas y en silencio donde antes se amontonaban los camiones de mercancías a las puertas de las fábricas. Descomunales naves abandonadas de donde cuelgan grandes cartelones en rojo con vistosos caracteres escritos en blanco. “Se vende o alquila”, anuncian las pancartas. Talleres en ruinas con los cristales rotos, como la fábrica de palos de golf Performax, cuyo letrero con el certificado de calidad ISO-9001 se está oxidando en una fachada que se viene abajo ante la mirada indolente de los vendedores de sandías, que pasan con sus triciclos por delante de la verja. Persianas bajadas en los negocios que han echado el cierre. Legiones de jóvenes que deambulan como zombis por las calles en busca de un tajo y consultando los tablones de ofertas laborales de las empresas. “Se necesitan chicas de entre 18 y 25 años con buena salud y que obedezcan las normas de la compañía”. “Se requiere un guarda de entre 22 y 30 años con buena planta o que esté licenciado del Ejército”. Es el apocalíptico paisaje post-industrial de la crisis en la “fábrica global”.
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El negocio del paro
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Víctimas colaterales de la crisis

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